EL CORREO.ES / Dos Hermanas / Pedro Cela
“En Dos Hermanas se ha levantado un nuevo colegio. Ocho unidades de EGB y una de preescolar que van a venir muy bien a la precaria situación escolar de la localidad". Así comenzaba la noticia que este periódico dedicó a la cooperativa de enseñanza del colegio Antonio Gala el 29 en agosto de 1984, unos días antes del inicio de un curso escolar que arrancó con un nuevo centro.
Un cuarto de siglo después, los profesores del Antonio Gala echan la vista atrás para sorprenderse por los logros conseguidos en una andadura en la que se vieron repletos de deudas. Los ocho profesores que iniciaron la cooperativa educativa aún siguen trabajando en el colegio. En 2009 tienen “las ideas más asentadas y claras, pero con la ilusión de entonces", según Antonio del Pino, uno de los fundadores del centro.
Sin embargo, es fácil centrarse en el modelo de enseñanza si no se sufren las penurias económicas de antaño. En 1984 estos profesores no cobraban y sus primeros sueldos fueron de unas escasas 25.000 pesetas. Todos ellos pusieron dinero para construir el centro y la incertidumbre de que saliera mal era patente. Ellos mismos se encargaron de pintar las instalaciones, limpiar las aulas y hacer las guardias de los fines de semana. “Cuando acababan las clases, nos quedábamos haciendo cuentas, repasando los gastos y viendo el dinero que teníamos", comenta José Manuel Ortega, otro de los cooperativistas, que aclara que por aquel entonces pasaban “todo el día en el colegio”.
La incertidumbre era tal que ya en la noticia de El Correo de hace 25 años un profesor se quejaba de que la administración no apoyaba como debiera a la agilización de trámites. Ahora esa época se contextualiza: “En los 80 había mucho paro en la enseñanza, la mayoría se enfrentaba a su primer trabajo y algunos venían de escuelas privadas. El sistema cooperativo también era nuevo y poca gente se arriesgaba a dar el paso", explica Luis Cala, actual director del centro.
La falta de ayuda en lo público se compensó en parte con el apoyo ciudadano. Prueba de ello fue la propia construcción del edificio, de la que se encargó otra cooperativa, Ibarburu. En un principio iba a haber caracolas para algunas clases, pero el constructor dijo que no podía ser, que los niños no se podían meter en caracolas y que por un poco más hacían aulas en condiciones. “Querían buenas instalaciones porque los propios hijos de los constructores iban a ser matriculados allí", puntualiza Cala.
Este grupo de profesores fue pionero en la cooperativa, pero también en la innovación educativa. Con el poco dinero que tenían compraron ordenadores, hicieron huertos solares e impartieron educación medioambiental. “Muchas veces llegan circulares de la delegación de Educación diciendo que tenemos que fomentar la paz o la resolución de conflictos, cuestiones que llevamos años trabajando aquí”, explica otro de los maestro, José Antonio Muñoz.
Pero lo que sí no ha cambiado es la mentalidad y la idea de lo que debe ser el colegio, salvo por el hecho de impartir religión, que “es una batalla perdida", como dice Josefina Casto. “Un padre nos obligó a que la diéramos, le propusimos dar Historia de las Religiones, porque el colegio debía ser laico, pero no pudo ser", se sincera. Pese a ello, tratan de mantener la idea de una educación laica en el colegio, y “que la religión se dé en cada casa". “De hecho, la hermandad de Valme lleva 25 años esperando que llevemos a los niños a los cultos que hacen en los colegios”, bromea Josefina.
Un cuarto de siglo después, los profesores del Antonio Gala echan la vista atrás para sorprenderse por los logros conseguidos en una andadura en la que se vieron repletos de deudas. Los ocho profesores que iniciaron la cooperativa educativa aún siguen trabajando en el colegio. En 2009 tienen “las ideas más asentadas y claras, pero con la ilusión de entonces", según Antonio del Pino, uno de los fundadores del centro.
Sin embargo, es fácil centrarse en el modelo de enseñanza si no se sufren las penurias económicas de antaño. En 1984 estos profesores no cobraban y sus primeros sueldos fueron de unas escasas 25.000 pesetas. Todos ellos pusieron dinero para construir el centro y la incertidumbre de que saliera mal era patente. Ellos mismos se encargaron de pintar las instalaciones, limpiar las aulas y hacer las guardias de los fines de semana. “Cuando acababan las clases, nos quedábamos haciendo cuentas, repasando los gastos y viendo el dinero que teníamos", comenta José Manuel Ortega, otro de los cooperativistas, que aclara que por aquel entonces pasaban “todo el día en el colegio”.
La incertidumbre era tal que ya en la noticia de El Correo de hace 25 años un profesor se quejaba de que la administración no apoyaba como debiera a la agilización de trámites. Ahora esa época se contextualiza: “En los 80 había mucho paro en la enseñanza, la mayoría se enfrentaba a su primer trabajo y algunos venían de escuelas privadas. El sistema cooperativo también era nuevo y poca gente se arriesgaba a dar el paso", explica Luis Cala, actual director del centro.
La falta de ayuda en lo público se compensó en parte con el apoyo ciudadano. Prueba de ello fue la propia construcción del edificio, de la que se encargó otra cooperativa, Ibarburu. En un principio iba a haber caracolas para algunas clases, pero el constructor dijo que no podía ser, que los niños no se podían meter en caracolas y que por un poco más hacían aulas en condiciones. “Querían buenas instalaciones porque los propios hijos de los constructores iban a ser matriculados allí", puntualiza Cala.
Este grupo de profesores fue pionero en la cooperativa, pero también en la innovación educativa. Con el poco dinero que tenían compraron ordenadores, hicieron huertos solares e impartieron educación medioambiental. “Muchas veces llegan circulares de la delegación de Educación diciendo que tenemos que fomentar la paz o la resolución de conflictos, cuestiones que llevamos años trabajando aquí”, explica otro de los maestro, José Antonio Muñoz.
Pero lo que sí no ha cambiado es la mentalidad y la idea de lo que debe ser el colegio, salvo por el hecho de impartir religión, que “es una batalla perdida", como dice Josefina Casto. “Un padre nos obligó a que la diéramos, le propusimos dar Historia de las Religiones, porque el colegio debía ser laico, pero no pudo ser", se sincera. Pese a ello, tratan de mantener la idea de una educación laica en el colegio, y “que la religión se dé en cada casa". “De hecho, la hermandad de Valme lleva 25 años esperando que llevemos a los niños a los cultos que hacen en los colegios”, bromea Josefina.
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